Acaba de morirse, en Las Palmas y en la miseria, Francisco Morera García, alias Paco España. Muchas veces se llamó a sí mismo maricón, no homosexual ni gay. Eran otros tiempos. Se lo llamó a él y a otros, cantando, bailando, en verso y en prosa. En alguna ocasión fui testigo. La mayor parte de ustedes no sabrán quién era, porque llevaba Siglos retirado de los escenarios marginales que en otro tiempo frecuentó. Tuvo su momento de gloria en los 70, cuando la Transición aún no transitaba, con Franco a punto de criar malvas. Cuando se daba cierta tolerancia, dentro de un orden, y la policía ya no apaleaba a la peña hasta hacerla escupir sangre por ser de la acera de enfrente. Despuntaban tiempos libres y más sanos, con nuevas oportunidades; pero la gloria de Paco España fue limitada y efímera. Excepto entre los del ambiente y algunos noctámbulos del Madrid canalla de entonces, apenas llegó a ser nadie. Y ha palmado siendo menos que nadie. A los 67 tacos de almanaque adobados con alcohol que se extinguieron con él, apenas he visto dedicar, en el más extenso de los casos, unas pocas líneas. Así que me van a disculpar si por mi parte le dedico algunas líneas más. Tengo una deuda rara con él. O con mi memoria.
Otra entrañable Patente y sobre todo muy respetuosa, una pena que Paco
España, por muy maricón, marica, sarasa u homosexual que fuera, no haya
tenido la oportunidad de leerla en vida, a lo mejor en el más allá sí,
quién sabe…
Es triste que haya gente que tenga que vivir en esas condiciones después de haber sido un afamado travestí y más aún cuando, según dicen, su representante y amigo íntimo le dejó en la estacada, malviviendo como un indigente, sin un miserable duro en el bolsillo ¡y eso que le consideraba el amor de su vida!
Indigentes hay desgraciadamente muchos en el mundo, los vemos cada día en Madrid sobre todo en invierno y demás estaciones del año, poblando los pasadizos, soportales y parques de Madrid (algunos parecen ya verdaderos campings). Por las mañanas, recogen o esconden sus bártulos para que no se los lleven y se van, algunos en busca de trabajo, otros en busca de limosnas a cambio de una ayudita para aparcar en superficie, por la compra de un diminuto diario o simplemente para ayudar a llevar la cesta de la compra. Otros ni se molestan, me refiero a los que duermen en los soportales de la Torre España, me los encuentro casi todos los fines de semana cuando voy a los cines Renoir o Golem, no se si buscarán trabajo o no pero con el aspecto que tienen de bebedores o consumidores de otros vicios no creo que vayan a poder conseguirlo.
Al lado de mi casa acude todas las mañanas un joven cuarentón, guapo y con buena presencia y en cuanto se te ocurre simplemente mirarle ya te empieza a contar todas sus desgracias –que se ha quedado sin trabajo, que no tiene de que comer, que se ha quedado sin casa, que duerme en la intemperie y que su padre está enfermo y en una residencia-; pues mire por donde, se ha hecho tan conocido en la zona, que no sólo le dan ropa, comida sino también dinero e incluso le buscan y ofrecen trabajo. Tanto es así que cuando no le vemos, le echamos de menos y nos preguntamos si habrá conseguido trabajo. Al poco tiempo reaparece y nos vuelve a contar la misma historia. El caso es que hasta para mendigar es bueno tener presencia y mucha labia. Así es la vida de injusta.
A Paco España nunca le vi en directo, pero sí que vi la película de Pedro Olea aunque ha pasado tanto tiempo que apenas la recuerdo. Si que tengo en mente la imagen de José Sacristán en su papel de Flor de Otoño, una peculiar combinación de homosexual de izquierda en una época en la que ambas actividades estaban prohibidas y perseguidas.
Desgraciadamente, si no fuera por su muerte o a lo mejor por esta Patente, nadie se volvería a acordar del que se tuvo que vestir de mujer para darse a conocer.
Es triste que haya gente que tenga que vivir en esas condiciones después de haber sido un afamado travestí y más aún cuando, según dicen, su representante y amigo íntimo le dejó en la estacada, malviviendo como un indigente, sin un miserable duro en el bolsillo ¡y eso que le consideraba el amor de su vida!
Indigentes hay desgraciadamente muchos en el mundo, los vemos cada día en Madrid sobre todo en invierno y demás estaciones del año, poblando los pasadizos, soportales y parques de Madrid (algunos parecen ya verdaderos campings). Por las mañanas, recogen o esconden sus bártulos para que no se los lleven y se van, algunos en busca de trabajo, otros en busca de limosnas a cambio de una ayudita para aparcar en superficie, por la compra de un diminuto diario o simplemente para ayudar a llevar la cesta de la compra. Otros ni se molestan, me refiero a los que duermen en los soportales de la Torre España, me los encuentro casi todos los fines de semana cuando voy a los cines Renoir o Golem, no se si buscarán trabajo o no pero con el aspecto que tienen de bebedores o consumidores de otros vicios no creo que vayan a poder conseguirlo.
Al lado de mi casa acude todas las mañanas un joven cuarentón, guapo y con buena presencia y en cuanto se te ocurre simplemente mirarle ya te empieza a contar todas sus desgracias –que se ha quedado sin trabajo, que no tiene de que comer, que se ha quedado sin casa, que duerme en la intemperie y que su padre está enfermo y en una residencia-; pues mire por donde, se ha hecho tan conocido en la zona, que no sólo le dan ropa, comida sino también dinero e incluso le buscan y ofrecen trabajo. Tanto es así que cuando no le vemos, le echamos de menos y nos preguntamos si habrá conseguido trabajo. Al poco tiempo reaparece y nos vuelve a contar la misma historia. El caso es que hasta para mendigar es bueno tener presencia y mucha labia. Así es la vida de injusta.
A Paco España nunca le vi en directo, pero sí que vi la película de Pedro Olea aunque ha pasado tanto tiempo que apenas la recuerdo. Si que tengo en mente la imagen de José Sacristán en su papel de Flor de Otoño, una peculiar combinación de homosexual de izquierda en una época en la que ambas actividades estaban prohibidas y perseguidas.
Desgraciadamente, si no fuera por su muerte o a lo mejor por esta Patente, nadie se volvería a acordar del que se tuvo que vestir de mujer para darse a conocer.
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