Unos días atrás, en Francia, los periódicos han lanzado la voz de alarma tras un caso de fallecimiento de una mujer con prótesis mamaria cuya marca se comercializa también en España. Desgraciadamente, cada vez son más numerosas las muertes causadas por operaciones de cirugía estética.
Nuestra sociedad está llena de prejuicios hacia los “gordos y gordas” y hacia los “feos y feas”. Pechos redonditos y firmes, muslos y nalgas bien apretados, labios bien perfilados, además de guapos. Los medios vehiculan una imagen de belleza a las que todos y todas nos apuntaríamos pero ¿ganaríamos con ello en belleza interior, inteligencia y felicidad? Concedemos un poder excesivo a la imagen y sobre todo a la perfección estética, obsesión que se materializa desgraciadamente en problemas de anorexia en gran parte de nuestra juventud.
Ciertamente, la belleza siempre atrae, que sea paisajística, artística o humana. Nos gusta contemplar lo bello independientemente de donde proceda, pero a la vez nos vemos confrontados a la mirada del otro, al que pensarán, no sólo desde un punto de vista intelectual sino también y sobre todo físico. Hoy en día la perfección estética se ha convertido en un valor social que relega a un segundo plano el intelectual. La sociedad nos exige ser guapos, esbeltos, tener buena presencia, eso a primera vista, la simpatía, la amenidad, la dulzura, son unas exigencias posteriores y si, además de cumplir todos estos requisitos, somos doctos pues tendremos el éxito asegurado.
Sin embargo, los humanos no somos robots y tampoco nos han creado “a imagen de Dios” como dirían los creyentes, sino que, por una conjunción de factores, hemos nacido gracias a nuestros genes como buenamente hemos podido, más o menos inteligentes, más o menos simpáticos y más o menos atractivos. Es desgraciadamente este último aspecto, el que más preocupa al ser humano, y por el cual estaría dispuesto a hacer todos los sacrificios para saciar un anhelo de perfección estética en pro de una imagen física y pública que nos impone la sociedad.
Querer mantenerse en forma y seguir pareciendo joven, de cuerpo y espíritu, es un deseo saludable pero otra cosa es jugarse la vida con la cirugía estética y particularmente con los implantes.
Narciso, detente, aguarda;
que con ser tanta mi pena,
aun es mayor tu ignorancia.
¿A quién ves en esa fuente?
¿Con quién a esa fuente hablas,
si cuanto está dentro della
solo es una sombra falsa,
que a nuestros ojos ofrece
la reflexión en el agua,
porque, como es un cristal
que nuestros cuerpos retrata,
finge ese objeto a la vista?
Calderón de la Barca
que con ser tanta mi pena,
aun es mayor tu ignorancia.
¿A quién ves en esa fuente?
¿Con quién a esa fuente hablas,
si cuanto está dentro della
solo es una sombra falsa,
que a nuestros ojos ofrece
la reflexión en el agua,
porque, como es un cristal
que nuestros cuerpos retrata,
finge ese objeto a la vista?
Calderón de la Barca
Eco y Narciso (un amor no correspondido)
Narciso era un joven de una extraordinaria e irresistible belleza, hijo del río Cefiso y de la ninfa Liríope. Poseía una belleza tan embaucadora que enamoraba perdidamente a todo aquel que tuviese la mala fortuna de contemplar su rostro. Pero su arrogancia y su soberbia le hacían despreciar a todas y cada una de las doncellas que caían rendidas a sus pies. Hacía continuamente caso omiso a las insinuaciones y declaraciones de amor que le profesaban. Un día que Narciso se encontraba tumbado en un prado, abandonado plácidamente en los brazos de Morfeo, soñando seguramente consigo mismo, apareció paseando por allí una ninfa llamada Eco, que tras contemplarlo gentilmente dormido, quedó prendada enseguida de su hermosura, perdidamente enamorada y viendo que Narciso se había despertado y se disponía a alejarse de aquel lugar, intentó salir de detrás de un árbol, pero al pisar una rama seca que había en el suelo, produjo un sonido que alertó a Narciso.
- ¿Quién anda por ahí?
- ¿Ahí? Le contestó Eco
- ¿Quién eres? ¿Por qué no vienes?
- ¿Vienes? Le preguntó Eco
- ¿Dónde estás? No puedo verte
- Puedo verte, repitió Eco
- Ya estoy harto, me voy
- Me voy, dijo Eco, queriendo decir todo lo contrario
Ella lo siguió, pero él no quiso saber nada de una ninfa con una conversación tan estúpida, y se alejó rápidamente de ella. Eco anduvo sin rumbo hasta un acantilado donde fue marchitándose de amor y humillación hasta que sólo perduró su voz, aun muerta se le oye en lugares parecidos repetir las últimas palabras que oye. Eco era víctima de una maldición impuesta por la diosa Hera, que la condenaba a repetir siempre la última palabra, pero nunca la primera. A causa de la ayuda que prestó Eco, a sus espaldas, a las amantes de Zeus.
Al enterarse de su muerte, las hermanas de Eco pidieron ayuda a Némesis, hija de la noche y diosa de la venganza. Ésta accedió, y para vengar a Eco y al resto de mujeres que languidecían por culpa de Narciso, lo condenó impulsándolo a beber de una fuente cristalina donde se viese reflejado. Cuando Narciso vio aquel rostro tan bello, quedó extasiado, intentó atrapar aquella belleza con la mano, pero cuando tocaba el agua la imagen desaparecía, al fin sufrió la amargura y el tormento del amor no correspondido. Así pasaron los días, se olvidó de comer y de beber, absorto en la imagen perfecta, esperando a ser correspondido por su propio reflejo. Poco a poco sus piernas se convirtieron en raíces, su cuerpo en tronco, sus brazos en ramas y su hermosa cabeza en una maravillosa flor que desde entonces lleva su nombre.
Narciso murió víctima de su propia vanidad y arrogancia por un amor no correspondido, y así Eco fue vengada
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